Ella no hablaba con nadie más que con ella misma. Su idioma eran las miradas. Guardaba algo bajo la piel, un secreto que no quería contar. Sentía curiosidad por saberlo, pero al mismo tiempo me asustaba llegar a conocer la verdad. El día que dejó a un lado las miradas para empezar con las palabras, su enjaulada voz me supo a tormenta de verano, y fue justo en ese momento cuando el que quedó enjaulado fui yo.