diumenge, 29 d’agost del 2010

Como un pasmarote

El sol inundaba las calles de la ciudad, que, al fin, después de un invierno más gris que de costumbre, se había rendido a la primavera.
Daniel, sentado detrás del mostrador de la librería, miraba taciturno a través del cristal esperando que llegara pronto la hora de cerrar, o en su defecto, que entrara algún cliente para que la espera se hiciera más corta. No pensaba en nada concreto, tenía una habilidad pasmosa para mantener la mente en blanco. De repente entró precipitadamente en la librería una chica de apariencia atolondrada y con una gran caja de cartón en los brazos, era Rosa. Su presencia era capaz de trastornar hasta a la tranquilidad en persona. A Daniel cada vez que la veía el corazón le daba un vuelco. Le faltaban ojos para mirarla, a ella y a su piel suave, y a su sonrisa sin fin, y a su verde mirada... Y de repente, perdido en sus pensamientos, escuchó:

- ¿Pero qué haces ahí mirando como un pasmarote? ¡Corre! ¡Ven a ayudarme!