Me acordé de la noche en que la conocí. El humo del cigarro de sus labios dibujaba caminos inaccesibles hacia su mirada. Yo la observaba desde la retaguardia, con miedo a ser descubierto pero con ganas de que me sorprendiera. Era verano y estábamos borrachos en una ciudad sin nombre. Nos perdimos por las calles del mundo, abrazándonos a las estrellas llegamos hasta la luna. Cuando estábamos trepando más allá del cielo, justo entonces, ella me dejó caer.
Jamás volví a creer en humeantes cigarrillos que llevan hasta miradas infinitas.